Exhausta. Cansada. Agotada. Sin tiempo. A contrarreloj. Así
he pasado mis tres últimos meses. Donde las manecillas del reloj han ido
girando sin que apenas me dé cuenta de cómo el día se convertía en noche y la
noche en día. De cómo tras un domingo comenzaba un nuevo lunes…
Hoy escribo desde el último asiento del bus que día a dia me
lleva y me trae de vuelta a casa. Última fila. Ultimo asiento. Lado derecho,
junto a la ventana. Es mi pequeño rincón.
Digamos que lo hice mío con el paso del tiempo. Y así suban al autobús quince
personas antes que yo, nadie ocupa ese lugar, parece llevar escrito mi nombre.
Y es aquí, en un vulgar asiento de un autobús, donde encuentro mi momento de
pausa. De calma. Es aquí donde el tiempo parece detenerse. Aunque más que el
tiempo, me detengo yo. Me detengo para observar que pasa a mí alrededor cuando
decido parar. Y veo gente. Veo a niños revolucionar
medio autobús y como su madre todos los días les regaña. Pero ya sabéis, son
niños y ellos eso de obedecer como que no entra en sus planes. Normal. Veo
personas jóvenes, la mayoría a estas horas (son las 14:25 pm aprox.) son estudiantes, y personas adultas.
Van en solitario o van en grupo. Charlan, ríen o simplemente no hacen nada. Me
llama especialmente la atención ver a un muchacho y a una mujer hablar en
lenguaje de signos. Intento seguirles, pero es imposible no controlo ese
lenguaje (de momento), asique me limito a observarlos. Intercambian cuatro o
cinco gestos y el resultado una sonrisa de la mujer. Quien sabe que le habrá dicho
él, pero se le ve animada y eso me arranca una sonrisa. Justo delante de mí,
tengo a una pareja de ancianos, por la ropa, seguramente sean extranjeros. Parecen
dos recién casados. No hablan. Sus manos están entrelazadas y los dos sonríen,
y por un momento siento envidia, envidia sana, porque se les ve felices y
unidos. Ojalá yo tenga la misma suerte
que ellos y encuentre a la persona adecuada, pero eso es otro tema, y aun no
tengo prisa para ello. Las cosas a su debido tiempo.
El bus sigue su trayecto, no es larga la distancia que tiene
que recorrer, y poco a poco la gente va descendiendo del vehículo. Yo soy de
las ultimas en bajar, apenas quedan dos o tres personas aparte de mi. Sé que mi
momento de calma llega a su fin, que en cuanto baje del autobús mi vida volverá
a ser a contrarreloj, donde las manecillas del reloj volverán a girar llevándose
consigo las horas. Pero esos quince-veinte minutos de pausa, son un respiro
para mí.
Desde pequeña siempre me gustó observar, mirar que pasa a mí
alrededor, ver caras, gente, gestos… cualquier cosa me vale. Pienso que son
todos esos detalles los que componen nuestro alrededor, y en el que convivimos día
a día, los que hacen que me sienta viva. Que formo parte de algo, llamado
sociedad. Y creo que sentirse vivo, es
un don al alcance de todos y que muy pocos sabemos apreciar…
“El arte de observar tu alrededor, puede ayudarte a
comprender que las mejores cosas de la vida son los pequeños detalles que ves a
través de ti”.
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