jueves, 28 de febrero de 2013

Sonreir y reir.


Sería un verano diferente, algo dentro de mí me lo decía….

A principios de verano mi corazón, aun herido, se rehacía poco a poco. Tras una relación que me dejó marcada y muy dolorida, decidí que tenía que seguir adelante en cuanto a sentimientos del corazón se refería. De esta manera, mis latidos volvían a coger ritmo, y mi sonrisa poco a poco volvía a dibujarse en mi rostro. Dicen mis amigas que cuando tomo una decisión no doy marcha atrás nunca, y asi es: ¿Por qué permanecer al lado de una persona que realmente no te quiere ahí? ¿Por qué permanecer al lado de una persona que te hace mas llorar que reir? Siempre mantuve que hay que saber decir “Basta”. Que deberíamos saber establecer nuestro propio límite y no permitir que nadie nos quite el derecho a decidir hasta cuando aguantar. Hasta cuando sufrir. ¿Yo? Elegí el mejor momento para cerrar historias dolorosas y seguir adelante.

Hacía tiempo que no lo veía…de hecho hacia más de un año que no había vuelto a verlo. Venia a pasar unos días conmigo y unos amigos. Ver Granada por primera vez. Fue en aquella estación donde volvimos a reencontrarnos, estación que casualmente ahora tantas veces nos ve partir y llegar uno al lado del otro. Antes de verlo sentía ese cosquilleo que se siente ante algo nuevo, como cuando un niño va a recibir un regalo por su cumpleaños.  

Cuando mis ojos lo divisaron entre la multitud lo noté muy cambiado, diferente, más juvenil y mucho más guapo desde la primera vez que lo vi. Aunque reconozco que lo que más me llamo la atención fue su sonrisa. Esa sonrisa perenne. Pero solo era un amigo, así que solo lo vi con esos ojos. Horas después todo cambiaría...un beso inesperado dio a la historia un giro de ciento ochenta grados.  Un beso que no cambiaría en estos momentos por nada del mundo.

Pasamos unos días juntos, pero esta vez solos, sin compañía de nadie. Todo parecía sacado de un cuento. Lo que viví con él fue algo mágico, no podía parar de sonreir y de reir. De ser feliz. En definitiva porque él no sabe hacer otro cosa que eso. Pero como todo lo bueno, se acaba, y el tenía que marcharse. Verlo partir en aquel autobús me partió a mí en dos. ¿Qué había ocurrido en ese corto espacio de tiempo? ¿Qué se había despertado en mí que hacía que me sintiera tan mal? ¿tan vacía?

Sorpresa la mía, cuando él me confesó que le ocurría lo mismo. Un torbellino de emociones, sentimientos y dudas empezaron a brotar por mi cabeza. ¿Debíamos intentarlo? ¿Dejarlo tal cual? ¿Cómo una historia bonita que habíamos vivido los dos? ¿Qué pensaba él de todo esto? ¿Qué quería de mí? Estaba echa un lio, no sabía qué hacer, no quería que me hicieran daño de nuevo, pues mi corazón no soportaría otra herida más, pero lo que tenía claro es que tampoco iba ignorar lo que había pasado esos dias entre los dos y lo que me había hecho sentir. Asi que tomamos la mejor decisión que pudimos tomar: ninguna. Dejamos pasar el tiempo, y que el decidiera. Y…

Aquí estamos…juntos los dos. A 400 km el uno del otro. Demostrando que se puede mantener una relación a distancia, y que cada día va a mejor. Demostrando que quien quiere puede. Solo es cuestión de creer en ello y sobre todo confiar el uno en el otro. Gracias por enseñarme que después de la tormenta siempre llega la calma. 


Meses después puedo decir que mi corazón consiguió cerrar aquella herida abierta. Y que fue su sonrisa y ese beso inesperado los que empezaron todo esto, toda nuestra historia. Desde entonces, solo he conocido la felicidad con él...

Dejar ir a la persona equivocada, me trajo de momento y espero que por mucho tiempo, a la persona correcta.

Te quiero Adrian.